jueves, 19 de julio de 2012






El sombrero Mágico.
Erase una vez un gran mago que ofrecía sus funciones en un hermoso teatro ubicado en el centro de aquella luminosa ciudad. Aquella noche los candelabros colgaban relucientes desde el techo y alumbraban con gastados sirios el escenario y las butacas, dándole al lugar una apariencia sutilmente entintada de dorado y perlas negras en los rincones a los que casi no alcanzaban a llegar las caricias de la luz, que tenue se deslizaba entre las grietas de la madera y el telón para asomarse a los camerinos en donde se aprestaban extras, actores y demiurgos preparándose para su entrada triunfal.
Como era costumbre, este gran mago tenia previstos una serie de trucos bien elaborados, sin embargo en esta noche de luna llena tan especial, se había anunciado en los carteles promocionales la inclusión de un nuevo truco magnifico, nunca antes presentado en ningún lugar ni en algún teatro, al que esté gran mago le había dado por nombre: el sombrero mágico.
Las butacas se fueron pintando de colores rosas y pasteles entre pinceladas oscuras y rojas. De guantes blancos con sombreros de copa se engalanaban los caballeros y de chalinas verdes y amarillas, azules y algunas color de luna, los cuellos de las bellas damas.
Para las nueve de la noche el lugar estaba casi lleno salvo algunas secciones en lo profundo del teatro, la cortina carmesí permanecía cual velo entre las butacas y el escenario, detrás de la cual iban y venían los organizadores del evento disponiendo los artículos que formarían parte del espectáculo.
El gran mago se paseaba entre sus achichincles repasando cada movimiento que efectuaría como parte de sus trucos, checaba con las edecanes las piernas falsas del cajón en el que las partiría a la mitad, y se cercioraba de que el serrucho de hule estuviera bien afilado. Revisaba los seguros de las cajas de doble fondo para que no se atorarán o desatorarán cuando fuera el momento. Los payasos deberían de estar bien maquillados y las sogas mal anudadas para deshacerlas en los actos de escapismo.
Y para rematar decidió relajarse minutos antes de comenzar el espectáculo al interior de su camerino, en donde frente al espejo comenzó a practicar una ultima ocasión el novedoso truco que presentaría esa noche para complacer a su audiencia.
Se trataba de un acto de magia que consistía en la aparición de tres pequeños conejos y una paloma blanca tomados del interior de un sombrero de copa, el cual, obviamente, tenía dos compartimentos secretos en donde se guardaban los animales bien apretujados.
Se dispuso frente al espejo y le exclamo a su doble reflejado que le hacia las veces de espectador, que a continuación aparecería nada mas y nada menos que a unos animalitos de una dimensión alterna a donde él podía acceder a través del fondo de su sombrero… y comenzó a zambullir su mano y luego todo su brazo al interior del mismo.
Sus ojos se asombraron abriéndose mucho más de lo usual cuando se percato de que al ras de su hombro aun su mano no tocaba fondo… retrajo un poco el brazo y tanteo las paredes del sombrero con las yemas de sus dedos… luego volvió a deslizar su brazo intentando llegar al fondo de la copa, hasta que de nuevo su hombro le impidió en la boca del sombrero proseguir su marcha hacia su destino… ¿que andaba mal? pensó para si mismo, y cuando retiraba el brazo del interior del sombrero, algo que se sentía como echo de peluche tomo su mano asiéndola fuertemente y lo jaló hacia abajo más al fondo de aquel sombrero mágico, y al instante comenzó una lucha de fuerza entre el mago queriendo sacar su brazo del sombrero y aquella fuerza proveniente de lo que se sentía como un bracito de peluche que lo succionaba hacia el interior.
Se cayeron los percheros que sostenían sus capas y otros sombreros, antifaces y disfraces. Se voltearon las mesas en la rencilla entre el sombrero y el mago, mientras los jaloneos giraban por todo el camerino hasta que el bracito de peluche atesto tremendo jalón al tiempo en que la copa del sombrero se abría como la boca de un león para tragarse el cuerpo entero de aquel gran mago que ya escuchaba el palpitar de su corazón casi reventándole los oídos.
Y ahí va, este incauto mago cayendo estrepitosamente en un vacío oscuro sin fondo aparente, sin tener noción ya de donde era arriba y de donde abajo, ni pa’ donde iba ni de donde venia, hasta que en la lejanía al final de lo que parecía una resbaladilla echa de algodón y lana, se dejo ver una lucecita que resulto, cuando alcanzó la misma, ser una puertecilla por la que entro volando este personaje ya en apuros.
A una visión borrosa le siguió otra en la que todo estaba duplicado y a veces triplicado dándole vueltas  hasta enfocar mejor la estancia en donde ahora estaba, talló sus ojos para descubrirse al interior de un cuarto, entre tres figuras que permanecían sin distinguirse del todo, en torno a una fogata.
Balbuceaba el mago quien sabe que, cuando una de las extrañas figuras ensombrecidas exclamo –Shhhhh…- Ya más repuesto y ahora alarmado por la función que hacia unos momentos estaba a punto de dar en el teatro, se incorporo de un salto y pidió que le permitieran salir de allí y le indicaran en donde se encontraba o en que parte del teatro estaba, el sótano, ¿será? Pero no obtuvo ninguna respuesta por parte de aquellas misteriosas criaturas.
Desesperado después de un par de gritos se acercó al personaje que tenia más cerca y lo zangoloteo para descubrir horrorizado que no era otra cosa que un gran conejo sentado en sus posaderas de frente al fuego. Asombrado se echo para atrás hasta topar con otro de los presentes en torno a la fogata que también era un gran conejo, que le dijo deteniéndolo en seco: ¿Quién eres?
Nada podía articular aquel mago en la impresión de que tremendas criaturas lo rodearan, aquello parecía ser una pesadilla y se decía a si mismo que estaba teniendo un mal sueño, cuando la pata de otro de los conejotes le tomo el hombro y le pregunto: ¿De donde vienes?
Ya sus ojos no daban para abrirlos más del susto en el que su corazón se revolcaba cuando le empujo la mano a este conejo y trastabillo cayendo frente a la fogata sin fuerzas del asombro, luego el último de los conejos se inclino a su lado y le cuestiono al oído: ¿A dónde vas?
Asustado el mago trato de articular palabra sin reparar en lo bizarro de aquel evento, simplemente parecía haber aceptado que se había vuelto loco y que aquello respondía a los delirios que lo envolvían, luego dio respuesta a los cuestionamientos desde su razón… y tartamudeando mascullo que: era el gran mago tal por cual, que venia de aquella gran ciudad llena de luces y colores e iba a dar la función de su vida con teatro lleno en unos minutos, aunque de eso ya no estaba tan seguro… después al pensarlo un poco más, tampoco de ninguna de las otras dos respuestas estaba así de seguro teniendo a tres conejos bien nutridos, erguidos sobre sus dos patas cuestionándolo sobre quien sabe que tantas cosas.
-No, no, no…- Susurro uno de ellos mientras alimentaba con mas leña al fuego de cunclillas hacia la lumbre. Luego otro tomo del brazo al mago y le ayudo a reincorporarse del suelo, esté otro absorto con los ojos desquiciados lo siguió tembloroso hasta una puertecita que apenas alumbraba la luz de la fogata, y entreabriéndola le dijo susurrándole al oído que no iría a ninguna parte si no respondía a las preguntas que se le habían hecho frente aquel fueguito. Y que hasta entonces, podría andarse por ahí afuera en el jardín, con mucho cuidado, tratando de resolverlas antes del amanecer.
Luego lo empujo de un solo golpe al exterior que era en efecto un hermoso jardín parte de otro frondoso bosque. Tartamudeando quien sabe que balbuceaba mientras yacía en el pasto tirado, y como pudo se levanto descubriendo que aquel cuarto del que lo habían echado, era en realidad el interior de un gran árbol que le servía de casa a los conejos estos.
De inmediato regreso a tratar de abrir la puerta pero estaba atascada por dentro y luego se soltó a gritar que le dejaran entrar, que le abrieran de inmediato, pero ya no obtuvo mayor respuesta hasta que se canso y sollozando se deslizo hasta yacer de nuevo tirado en el pasto.
Permaneció allí un largo rato sin reparar en nada más que su incertidumbre, se apoderaban de su mente pensamientos sobre la pesadilla en la que seguramente estaba sumido, dos o tres cachetadas se propino a él mismo con la intención de despertarse de tan mal sueño pero solo el ardor del cachete le punzaba. Entonces se incorporo con la intención de buscar algún camino que lo condujera lejos de aquel árbol-casa y quizá, en una de esas, al lugar del que provenía.
Sin rumbo se puso a vagar entre los árboles y nada parecía tener sentido alguno, no soplaba ningún viento ni el calor del astro le quemaba o le hacia sudar. Pronto reparo en que la bizarrees de aquel escenario era irreal, pues ocupaban la esfera celeste tanto la Luna como un gran astro blanco brillante que parecía a punto de meterse por el horizonte de su lado izquierdo, ninguna de los dos cuerpos astrales parecía moverse, la Luna suspendida en el extremo derecho brillaba tenuemente con una luz aperlada, mientras lo que parecía ser el Sol, no impedía con la brillantez de su lumbre, verlo directamente y tampoco parecía quererse mover de donde estaba, a punto de ocultarse por el horizonte, pero no más no lo hacia.
Entre ambos, a pesar de la luminosidad de aquellos, otras estrellas lejanas atiborraban el cielo inundándolo de pequeñas luciérnagas encendidas a cientos de miles de millones de años luz. Al distraerse del cielo y escudriñar la fauna a su alrededor, descubrió que los pétalos de las plantas y sus tallos estaban tapizados de una especie de tela aterciopelada, además de que exageraban las proporciones de sus flores, las cuales eran inmensas. Un camino de musgo se dibujaba en el suelo y se perdía en el horizonte hacia donde no se decidía a ocultar el astro. Todo parecía estar suspendido en el tiempo y entonces se puso a caminar en ese sentido.
Perdió de vista el firmamento por que entre los árboles inmensos y las flores gigantes se interno siguiendo el camino de musgo hasta que llego al final del mismo que salía a la caída de una hermosa cascada de agua, que brillaba con azules turquesas entre perlas plateadas.
De frente a él hacia abajo, el vacío de la caída de agua que no parecía tener fin, o al menos no lo alcanzaba a ver desde el punto en el que se encontraba. Sin embargo, en la lejanía, un inmenso mar se alzaba hacia el horizonte en donde permanecía inmóvil el astro en su brillantez.
Entonces, al parpadeo, vio, como de esta esfera astral, emanaban pequeños filamentos de luz tornasol que se extendían en todas direcciones uniéndolo todo como una gran telaraña cósmica. Aquellos hilos luminiscentes atravesaban toda la existencia a su alrededor y la unían en una sola, no tardo mucho en percatarse que uno de esos hilitos de luz multicolor le llegaba al vientre y ahí se adentraba en su piel como si lo alimentara de algo, luego al levantarse su camisa, vio como de su ombligo aquella luz distribuía los colores por sus venas hacia todo su cuerpo y como en transparencias, observo su corazón tras su pecho inflamado de luz blanca palpitando como fuego en la hoguera.
Nuevamente sus ojos no daban cabida a lo que veían y tras ellos, menos su interpretador central receptáculo de su razón. Sin embargo, ocurrió algo que quebró aquella instancia psíquica y con un suspiro se lleno de goce al aceptar que todo aquello era parte de lo mismo, del gran misterio y del gran espíritu universal.
Entre las flores, plantas y los árboles que estaban a su espalda, salieron los tres enormes conejos, el más adelantado le tomo del hombro y el mago volteo para encararlos. Su cara no tenía pavor alguno sino un dejo de aceptación bien profundo. -Ya sé- Dijo… -Somos Luz, venimos de la Luz y vamos hacia la Luz.- Y en ese instante, los conejos acertaron con sus cabezas y el que estaba mas cerca de él lo empujo fuertemente hacia la caída de la cascada, tan fuerte que el mago, con sonrisa y todo, callo estrepitosamente hacia el vació mientras gritaba, ahora desencajado.
De un momento a otro fue tomado por el cuerpo de una inmensa paloma blanca que lo llevo en su lomo hacia la fuente de la Luz en el horizonte, entre más se acercaban más impulso tomaban hasta que pareció que chocarían contra el faro en llamas pero lo que ocurrió fue que en el deslumbre, un flashazo lo dejo completamente ciego.
No sabe, ni recuerda, cuanto tiempo paso, pero de un suspiro despertó hallándose rodeado de algunos paramédicos que le indicaban que permaneciera tranquilo. Recuperándose más se descubrió acostado en el sillón de su camerino. Todo a su alrededor tirado como si hubiera pasado un torbellino; sus asistentes, con caras largas y semblantes desencajados, lo habían hallado desmayado en el suelo y todo lo demás echo un desastre después de que la segunda llamada, para iniciar la función, había sentado a los asistentes en sus butacas.
Ahora llevaban diez minutos de retraso y colorín colorado, este cuento, se ha acabado. 

Giuseppe Olav 

lunes, 5 de marzo de 2012

Va y viene

Ya hace tiempo que no intento destilarme, mi sabor aspira al fermento y sucumbe a la caricia dulce del aliento. Golpeteo las teclas de este teclado intentando crear una musicalidad que compagine con la arritmia incesante de la perenne finitud que sisea entre la imaginaria sinuosidad ¿cómo poner un grito en frases y enunciados que sucumben a un ordenamiento paradigmático? ¿cómo dialogar con el espejo sin rebotar en lo pleonástico? Se podría sucumbir al antojo imaginario de inventar el paralelismo entre imágenes contrarias, pero ya lo paralelo (parallelos) indica un algo al lado de otro algo, algo junto a algo. De ahí que lo paralelo continúe definiendo lo contrario. Aunque, quizás con un agregado sincrónico, aquello paralelo brinde la motilidad ilusiva de pertenencia. Es decir, pareciera ser que lo contrario que obedece a una motilidad simultánea genera la ilusión de pertenencia. Diríamos que aquello que se mueve a la par de aquello otro se pertenece por la correspondencia en tiempo de desplazamiento. Por lo tanto, no sería suficiente la contigüidad espacial para reconocer un algo con otro algo, puesto que sería necesaria la afinidad temporaria en movimiento. Es decir, si un algo se mueve en conjunto con otro algo se pertenecen. He aquí el esbozo de la gesticulación animada, el estrago de registrar sinestesia por la indicación ofrecida en la visualización de de lo propio en la impropiedad de la distancia. Por eso, es la distancia la creadora de la cercanía, puesto que aquello distante ya es proximidad en el momento de la consideración -con (junto) sideros (astros)- En tanto se trae algo de la desconsideración a la consideración ya se pone de manifiesto la conciencia que relaciona lo sensorio con aquello que se muestra en la lejanía. Ahora bien, lo que se muestra puede advenir inminentemente, puede, también, verse en un posible ir hacía ello, o presentarse sin más en un ahí que irrumpe en la proximidad puesto que la atropella por falta de avistamiento. Pero el registro es aquí el relieve, es la textura del imago que se pone al alcance de la asignación, como en la escritura antigua hecha de cuero, acuñada desde el interior para leerse por fuera, así mismo, lo contingente es puesto en relieve por la composición inmediata e informe, para luego irse compaginando con los restos de registros anteriores. El advenimiento de lo real se impacta con la atmosfera psíquica y es traducido en el meteoro de la metáfora, como un destello estratosférico que desaparece dejando un pequeño rastro- resto que demarca la percepción espacial de la siguiente impronta que irrumpa en la estabilidad ilusoria de la cotidiana existencia. Es la ráfaga: el tildar que se escabulle del distraimiento, se esconde entre los escondrijos representativos para luego mostrarse en la ausencia de imagen, por eso, desde esta perspectiva, la escases representativa, la ausencia de lo simbólico, devendría en presencia indicativa de la ausencia, de tal manera que la imagen que se muestra en el escenario psíquico no tendría relevancia más que en su orientación indicativa, no hacía su enlace con otra imagen (metonimia), ni hacia la búsqueda del sentido en su movimiento reflexivo (metáfora), sino en la indicación misma del movimiento del tiempo, y por lo tanto, sería una focalización de la atención no hacía una interpretación exegética o reflexiva, puesto que eso conllevaría un cumulo de imágenes aun mayor, y se imposibilitaría el acceso a la percepción del devenir y provenir de los objetos…

miércoles, 8 de septiembre de 2010

La tortuga con alas


Consejo en forma de enigma: “para no romper la atadura, primero tienes que morderla”.
F.Nietzsche
Hoy no me preocupan mis planes, si empujo estas letras es con el afán de arrear la yunta con los dos bueyes de siempre, intentar crear la mitología buscada, para ver los rostros de esos dioses que se escriben con minúscula porque no tienen importancia. Todo sea para atar la caja de Pandora y elevarla hasta las alturas en donde su apertura haga el menos daño posible, sin embargo esta acción en búsqueda de protección hacía los otros es bastante sospechosa, porque elevaría la inmundicia, la colocaría en lo alto, en donde se pondría al mismo nivel que la superficie. Cómo otorgarle el prestigio del significado a aquello que había sido relegado, abandonado en espera de reconocimiento.
No hay más remedio, habrá que poner escaleras del sótano a la terraza. Habrá que explicarle al tiránico monopolio que existe diversidad de órdenes que ya están dispuestas a comenzar a subir la escalonada. Lo que sorprende al monopólico tirano, que en esta ocasión se disfraza de niño con una corona ridículamente grande en proporción a su cabeza, es que las entidades que llevaban tanto tiempo resumidas en lo profundo no apresuran sus pasos, es más, se toman el tiempo suficiente para acicalarse para su inminente presentación en las alturas. El niño coronado teme, observa el boquete abierto en el suelo. Teme el avistamiento de aquellos que despiden un olor a sangre, sudor y muerte. El agujero le recuerda la expulsión del cuerpo de su madre, le recuerda el exilio al que fue expuesto. La corona resbala de su cabeza y ahora lo abraza constriñéndole los brazos. Comienza a escucharse un silbido, un zumbido que desinstala la música superpuesta que hasta ese entonces se oía, un himno que hinchaba la sed de un triunfo ya ganado. Aquel zumbido vibrante comienza a abrirse, luego de esa apertura, vuelve a desdoblarse, y así sucesivamente hasta lograr tonos que luego se transforman en voces de igual manera vibrantes. Se escuchan cuchicheos, platicas acompañadas de sollozos irrisorios, carcajadas rupestres que desestiman la solemnidad. El primero en asomar la cabeza es el gorrión rojo, silba una tonada que expulsa de su pico sin abrirlo. El segundo, es el gato moteado, que con el destello de sus ojos esmeralda avisa la explosión de un rugido que más bien parece risotada. La tercera en salir es la tortuga que con una voz muy queda dice acordarse de algo que ya no recuerda. Luego, se escucha un bufido, la tierra tiembla, y en un instante aparece una mujer de piel roja que destella belleza por sus obscuros ojos rasgados. Un destello dorado sale del agujero, llega hasta el cielo y enciende los corazones de todos los ahí presentes. La corona, deja de aprisionar al niño que ya para ese entonces gemía porque se sentía desconsolado. La corona se levanta, gira hacía la izquierda y hace brillar sus nueve gemas. El gorrión rojo se conmueve tanto que abre el pico para decir: ¡Iren, ya se está lustrando la corona, hasta parece platillo volador! Mientras, el gato moteado saca una botella de mezcal y se la empieza a engullir. La tortuga se la quita de las manos, y también le da un sorbo, para luego exclamar con los ojos saltados que ya se acuerda de todo. ¡Cuéntanos!, le dice la mujer de piel roja. Amigos míos, hay que hacer un circulo y girar tan rápido como la corona, comenta la tortuga con la voz un poco barrida. Órale, ruge el gato moteado, a las tres, pero no nos vayamos a tropezar porque yo ando un poco mareado. Todos cuentan, menos la mujer de piel roja que se encuentra un poco desconcertada por el comportamiento de sus compañeros. Haber, ¡Cálmense!, dice ella. No te apures, mira, nomás dale un traguito al aguardiente y vas a dar vueltas aunque no quieras, grita el gorrión rojo que ya abre el pico para todo, aunque no esté hablando. Sus plumas, se separan de su cuerpo porque al parecer tiene mucho calor. ¡Pareces gallina culeca! Vocifera el gato moteado, al mismo tiempo que tose porque el aguardiente le raspó la garganta. La mujer de piel roja, accede y también se atraganta de mezcal, para luego decir ¡Ora si cabrones, vamos a girar! Todos se toman de las manos, comienzan a dar vueltas, ¡Más Rápido!, dice el gorrión que con sus alas a todos ayuda a volar. Giran y giran, hasta logar cierta uniformidad, pero la tortuga dice que quiere vomitar, esconde su cabeza en el caparazón, sus patas ya no tocan tierra, y eso parece asustarla. Del orificio del caparazón se puede observar el vomito chorrear ¡Sigan, sigan! Grita contento el gato moteado, que al sentirse tan entusiasmado pudo olvidarse de lo mareado ¡Ya no puedo con ella!, exclama la mujer de piel roja, refiriéndose a la tortuga, que parece estar inconsciente. Si no despierta, tendré que soltarla, es muy pesada, dijo ella. Si no la sueltas, no podremos elevarnos más, sugirió el gorrión, que para ese entonces su cuerpo parecía rodearse de un resplandor naranja ¡Te estás quemando!, se burló el gato, que ahora despedía una luz verdosa de sus ojos. Se escucho un grito, la mujer de piel roja ya había soltado a la tortuga ¡No se distraigan!, gritaba el gorrión ya enardecido. A pesar de sus esfuerzos por mantenerse elevados, comenzaron a descender, a la vez que la tortuga caía en picada. De repente, ocurrió algo inesperado, al caparazón de la tortuga le salieron un par de alas. Ella sacó la cabeza de su escondite, parecía igual de sorprendida que todos lo demás ¡Continúen girando!, a la tortuga le pueden salir rizos de oro, pero ustedes sigan dando vueltas, exclamó el gorrión encendido. Las alas de la tortuga empezaron a moverse, y justo cuando estaba a punto de estrellarse, logró levantar el vuelo, y como una avioneta ascendió rápidamente para incorporarse al círculo que ya venía cayendo en la forma en que caen las semillas de fresno. Al tocar las manos de la mujer con piel roja, la tortuga sintió su cuerpo vibrar los dibujos de su caparazón comenzaron a moverse, formando inscripciones que paulatinamente transmutaban en símbolos que irradiaban fuego. Cada segmento de su caparazón encajaba en una cadena de eslabones que dibujaban al tiempo, y esto se sabía por obviedad, nadie dudaba, ni sometió a pruebas aburridas lo que acontecía. Lograron elevarse hasta acoplarse de manera concéntrica a la corona. Cuatro de las gemas lanzaron un rayo de luz hacía cada uno de los corazones de los girantes, las otras cinco, resplandecieron. Cada uno de los elementos se aglomero hasta formar un disco que daba vueltas y ondeaba; ya no había formas reconocibles, tan solo se escuchaba música, luego el sonido se hizo más opaco hasta fragmentase en distintos tonos que poco a poco fueron perdiendo su diferencia para dejar tan solo un zumbido. El niño tiránico se tapó los oídos, y por curiosidad alzó la vista. No logró ver nada fuera de lo común, a excepción del sol resplandeciente de lo que parecía ser un nuevo día.

domingo, 22 de agosto de 2010

Recuerdo


El recuerdo viene como olas, tan solo el murmullo de olas, la brisa de las olas. De repente es como si fuera año nuevo, como si afuera se celebrara con bailongo la llegada de algo nuevo. Me encuentro sospechosamente tranquilo, o no sé si mi estado se debe a la aceptación de la sospechosa intranquilidad. Cumbia, imagino la fiesta, las parejas girando, botellas de bacardi en las mesas hechas un lado para ampliar la pista de baile, las camisas sudadas de las axilas, el ajuste periódico de los vestidos strapless. Me gustaría estar ahí, me hubiera vestido con una camisa blanca, unos pantalones oscuros y un cinturón con la hebilla discreta. Quizás estaría observando a un lado de la pista, en la banqueta, fumándome un cigarro y tomando cerveza en vaso de plástico o probablemente de unicel, porque ya para la madrugada se sirve café en estos vasos para acompañar el pastel. Mi atención iría hacía la mujer sentada en la mesa de alado, sería joven, de unos veinticinco años. La observaría de soslayo, esperando cualquier indicador de interés por mi presencia. Lo más común sería proponerle bailar, pero debido a mi falta de práctica con el baile me encontraría pensando en sentarme junto a ella, en la silla desocupada que sostiene un saco en el respaldo. Ese saco sería lo único que me detendría, pero al mismo tiempo suponer que viene acompañada y que aún así se encuentra sola, sería motivo de mi curiosidad hacía ella. Sigo sin entender porqué la soledad acompañada de una mujer es un aliciente para mi atención. Si juego al pensamiento invertido me doy cuenta que me estoy viendo en ella, porque ese saco de la silla de al lado bien pudiera ser mi saco, y entonces yo sería esa soledad que la acompaña ¿por qué querer estar donde ya me he ido? Pudiera culpar a la nostalgia, pero bien se sabe que la nostalgia no nos pertenece, pero pensar así me lleva a un nihilismo que hace inútil cualquier emoción, y cualquier acción que ésta promueva. El sentido de estar se tambalea debido al esquema un tanto rígido que impone la simultaneidad de la pertenencia con el estar. Si me conmuevo es porque creo estar allá, donde me veo, y es ese allá el que regresa con el recuerdo que es convertido en un suspiro inhalado que golpetea en el pecho y enciende la percepción del latido, la sangre fluyendo, la tormenta en el cerebro ¿Hasta dónde habrá que ir a traer la leña de este fuego? Creo que en cada respiro existe la posibilidad de alcanzar el recuerdo, es como echar el hilo de la caña al rio, que a su regreso puede arrastrar cualquier artilugio náutico que nos ayude a navegar.

sábado, 12 de junio de 2010


Desde la distancia que le concierne al tiempo, allá, desde esa simulación de lejanía que es el teatro de las tres pistas, me gusta considerarme fermento, sustancia en espera de la efervescencia espumosa que la delataría como completa.
Colgado del suelo, agarrado de donde supuestamente ya no se puede pasar, creando raíces a través de piedras para explanar lo profundo. Ahí, en ese lugar que se hace con hacer, distraigo a la hechura inevitable con racimos de palabrerías inútiles que son aceptadas por el viento como disimulo de su hambre perforada, toma desde dentro, introduce sus manos hasta las entrañas, hasta ahí le gusta llegar, tocando el fondo del ser, para llevarse un poco de él, hacía la cascada que es guiada por el beso de la luna. Abstraído, vuelto al ser, el ojo izquierdo fatiga su movimiento para callarse sanguinario, manso, las cifras de la mirada ciclope buscan encaje, la luna abre sus piernas, entra el plenilunio, los capilares oculares ondulan en su palpitar, la pupila abre su despertar para eclipsar lo evidente, debajo del agua cantaba la rana.

viernes, 26 de febrero de 2010

Pre_texto


Pre_texto
Según comprendo, si es que eso es posible, sin el afán de creer, no hay forma siquiera de encontrar la motivación suficiente para inventarse un diálogo. Pero bueno, habrá que confesarme un mentiroso, un farsante que se escabulle entre las rendijas del espectáculo con aliento a fármaco, a medicina hecha polvo para no incomodarse en moliendas. Las mentiras no se engullen al igual que las verdades, a las mentiras hay que inventárselas. Las verdades ya están hechas, vienen en píldoras recubiertas con sabores diversos; me gustan las de chocolate, a esas es fácil confundirlas con dulces de leche, pero cuando se acaba la cubierta, revelan su condición de amargor casi insoportable. Ese sabor sintético que sabe a engaño. En vano molestarse o tratar de escupir, lo mejor, según mi experiencia, es engullir y ser paciente, casi siempre el cuerpo, si es que se tiene uno, se encarga del resto mediante sus múltiples formas de excretar. Hay quien comienza a arquear, y luego de unos momentos, le viene un vómito que acarrea líquido biliar. Otros, afirman sentirse reconfortados por el reto que conlleva no hacer gestos ni dar señales de incomodidad. Y otros tantos, pero no muchos, dicen que ese amargor es dulce. Claro está, que a la mayoría les da por escupir y carraspear, en un intento desesperado por eliminar ese sabor a muerto. El problema con la negativa a aceptar el sabor, es que al paso de los días, cuando se habla o se platica, ocurre la reminiscencia inadvertida, de hecho, es tan sorpresiva, que se antoja culpar al ambiente, pero como no se encuentra correspondencia en al ambiente con el fruncimiento del rostro que ese mal sabor de boca provoca, lo que regularmente se hace es disimular. Aunque lo único que se consigue al disimular es desviar el fruncimiento a algún otro lado, ese otro lado puede encontrarse en el mismo cuerpo, pero si éste no da señales de vida, el otro lado se convierte en destino, en un futuro igual de sorpresivo que el amargor restringido.
Las mentiras, serían la alternativa cuando no se tiene ningún fármaco a la mano. Las mentiras, esas si, encuentran correspondencia con el ambiente porque vienen de allí, no del ambiente en sí mismo, sino de la correspondencia con él. El ambiente, regularmente se encuentra muy ocupado. Durante el día, y también por la noche, debe cubrir muchos pendientes. No sé si el ambiente esté de acuerdo del todo con lo que estoy diciendo aquí sobre sus ocupaciones, pero en esta ocasión me tomare el derecho, además, considero que las acciones individuales son las que menos le importan. La correspondencia con el ambiente es algo complicada, pero cuando se da, parece ser lo más simple, tanto así, que se olvidan los reclamos que se podrían tener por su falta de atención. Cuando se logra que algún comunicado de nuestra parte tenga relevancia, y logre hacer eco, esto es, que se vuelva a oír lo que decimos, nosotros los humanos sentimos un alboroto en la entrañas; el corazón se agita y nos vivimos relevantes. Hago la aclaración, que todo lo demás existente, también se agita y se conmueve, pero este palpitar no es momentáneo, ni sucumbe ante cavilaciones que giran en torno a la propiedad o la impropiedad. Tampoco lo existente considera al eco como una contestación o constatación de respuesta. Por eso, lo humanos no podemos saber de verdades, porque nos las tomamos muy en serio, las queremos tomar en horarios fijos, de una manera aséptica, y de aquí nuestra mayor estupidez: sin involucramientos, que es el principal requisito del ambiente para su correspondencia. Entonces habrá que contar las cosas mintiendo, para que no se tomen muy en serio, y así quizás la verdad quepa en el cuerpo.

lunes, 22 de febrero de 2010

De regreso


Allá voy de regreso, al ciclo sin tiempo, al aliento es-fumado que implora encuentro Temblor maxilar, escozor sin rumbo, musicalidad del averno Letreros que son como botella al agua Mentiras que se ciñen al pecho para nada, trazos del impulso que dialogan con el titiriteo tartamudo trotamundos Harto de las conjunciones y los porqués y después para qué. La puntería miope me viene de familia me lleva a la busqueda del sentido, prefiero ignorarla, es mejor dar un volantazo y luego otro aunque sea en la misma dirección, no importa si lo que consigo es dar vueltas, pero así quizás consiga el mareo, el vomito excretor que martilla en los avistamientos del aullador Ignoro la gracia de la escritura Prefiero por ahora deshacer la compostura aún-qué no traiga rimas farolas para las moscas para las polillas que se ofuscan enfocándose con las luces de los faros puercos o puertos qé más damos Si me pierdo ya estoy perdido I ahí voy a justificarme tratando de abrir tratado para tratar de ser tratado con cuidado Esto ocurre cuando escribes sin imágenes Tarasqueando para taracear ave_r si así asimos y asistimos al encuentro del cuervo lunar que coloca sus garras en el marco de la ventana para graznar Fisgonea queriendo entrar, revolotea y va de aquí para allá. Cierro los ojos y lo veo, los abro y ya no esta, le pregunto por qué te vas, no responde y ahora parece aullar, aunque el jadeo por debajo de este conjeturar entre el graznar y el aullar, se escucha por debajo de estas sabanas sin limpiar. Al quitar las sabanas Rocas grises que esas si, parecen hablar. La lenguas paladean las guirnaldas azucenas gardenias que se guarecen en las fauces para incitar la curiosidad Cueva de alientos oleosos lagrimas que se escurren con cada palpitar Colores que hace un rato_por dios_lo juro estaban ahí de verdad. Hay algo que parece no cambiar Un olor a muerto que tiene manos El rostro es el que, a pesar de sus intentos, no se puede mostrar Empuja y empuja como neonato cuando su placenta no puede rasgar.