El sombrero Mágico.
Erase una vez un gran mago que
ofrecía sus funciones en un hermoso teatro ubicado en el centro de aquella
luminosa ciudad. Aquella noche los candelabros colgaban relucientes desde el
techo y alumbraban con gastados sirios el escenario y las butacas, dándole al
lugar una apariencia sutilmente entintada de dorado y perlas negras en los
rincones a los que casi no alcanzaban a llegar las caricias de la luz, que
tenue se deslizaba entre las grietas de la madera y el telón para asomarse a
los camerinos en donde se aprestaban extras, actores y demiurgos preparándose
para su entrada triunfal.
Como era costumbre, este gran mago
tenia previstos una serie de trucos bien elaborados, sin embargo en esta noche
de luna llena tan especial, se había anunciado en los carteles promocionales la
inclusión de un nuevo truco magnifico, nunca antes presentado en ningún lugar
ni en algún teatro, al que esté gran mago le había dado por nombre: el sombrero
mágico.
Las butacas se fueron pintando de colores
rosas y pasteles entre pinceladas oscuras y rojas. De guantes blancos con
sombreros de copa se engalanaban los caballeros y de chalinas verdes y
amarillas, azules y algunas color de luna, los cuellos de las bellas damas.
Para las nueve de la noche el lugar
estaba casi lleno salvo algunas secciones en lo profundo del teatro, la cortina
carmesí permanecía cual velo entre las butacas y el escenario, detrás de la
cual iban y venían los organizadores del evento disponiendo los artículos que
formarían parte del espectáculo.
El gran mago se paseaba entre sus
achichincles repasando cada movimiento que efectuaría como parte de sus trucos,
checaba con las edecanes las piernas falsas del cajón en el que las partiría a
la mitad, y se cercioraba de que el serrucho de hule estuviera bien afilado.
Revisaba los seguros de las cajas de doble fondo para que no se atorarán o
desatorarán cuando fuera el momento. Los payasos deberían de estar bien
maquillados y las sogas mal anudadas para deshacerlas en los actos de escapismo.
Y para rematar decidió relajarse
minutos antes de comenzar el espectáculo al interior de su camerino, en donde
frente al espejo comenzó a practicar una ultima ocasión el novedoso truco que
presentaría esa noche para complacer a su audiencia.
Se trataba de un acto de magia que
consistía en la aparición de tres pequeños conejos y una paloma blanca tomados
del interior de un sombrero de copa, el cual, obviamente, tenía dos
compartimentos secretos en donde se guardaban los animales bien apretujados.
Se dispuso frente al espejo y le
exclamo a su doble reflejado que le hacia las veces de espectador, que a
continuación aparecería nada mas y nada menos que a unos animalitos de una
dimensión alterna a donde él podía acceder a través del fondo de su sombrero… y
comenzó a zambullir su mano y luego todo su brazo al interior del mismo.
Sus ojos se asombraron abriéndose
mucho más de lo usual cuando se percato de que al ras de su hombro aun su mano
no tocaba fondo… retrajo un poco el brazo y tanteo las paredes del sombrero con
las yemas de sus dedos… luego volvió a deslizar su brazo intentando llegar al
fondo de la copa, hasta que de nuevo su hombro le impidió en la boca del
sombrero proseguir su marcha hacia su destino… ¿que andaba mal? pensó para si
mismo, y cuando retiraba el brazo del interior del sombrero, algo que se sentía
como echo de peluche tomo su mano asiéndola fuertemente y lo jaló hacia abajo
más al fondo de aquel sombrero mágico, y al instante comenzó una lucha de
fuerza entre el mago queriendo sacar su brazo del sombrero y aquella fuerza
proveniente de lo que se sentía como un bracito de peluche que lo succionaba
hacia el interior.
Se cayeron los percheros que
sostenían sus capas y otros sombreros, antifaces y disfraces. Se voltearon las
mesas en la rencilla entre el sombrero y el mago, mientras los jaloneos giraban
por todo el camerino hasta que el bracito de peluche atesto tremendo jalón al
tiempo en que la copa del sombrero se abría como la boca de un león para
tragarse el cuerpo entero de aquel gran mago que ya escuchaba el palpitar de su
corazón casi reventándole los oídos.
Y ahí va, este incauto mago cayendo
estrepitosamente en un vacío oscuro sin fondo aparente, sin tener noción ya de
donde era arriba y de donde abajo, ni pa’ donde iba ni de donde venia, hasta
que en la lejanía al final de lo que parecía una resbaladilla echa de algodón y
lana, se dejo ver una lucecita que resulto, cuando alcanzó la misma, ser una
puertecilla por la que entro volando este personaje ya en apuros.
A una visión borrosa le siguió otra
en la que todo estaba duplicado y a veces triplicado dándole vueltas hasta enfocar mejor la estancia en donde
ahora estaba, talló sus ojos para descubrirse al interior de un cuarto, entre
tres figuras que permanecían sin distinguirse del todo, en torno a una fogata.
Balbuceaba el mago quien sabe que,
cuando una de las extrañas figuras ensombrecidas exclamo –Shhhhh…- Ya más
repuesto y ahora alarmado por la función que hacia unos momentos estaba a punto
de dar en el teatro, se incorporo de un salto y pidió que le permitieran salir
de allí y le indicaran en donde se encontraba o en que parte del teatro estaba,
el sótano, ¿será? Pero no obtuvo ninguna respuesta por parte de aquellas
misteriosas criaturas.
Desesperado después de un par de
gritos se acercó al personaje que tenia más cerca y lo zangoloteo para
descubrir horrorizado que no era otra cosa que un gran conejo sentado en sus
posaderas de frente al fuego. Asombrado se echo para atrás hasta topar con otro
de los presentes en torno a la fogata que también era un gran conejo, que le
dijo deteniéndolo en seco: ¿Quién eres?
Nada podía articular aquel mago en la
impresión de que tremendas criaturas lo rodearan, aquello parecía ser una
pesadilla y se decía a si mismo que estaba teniendo un mal sueño, cuando la
pata de otro de los conejotes le tomo el hombro y le pregunto: ¿De donde
vienes?
Ya sus ojos no daban para abrirlos más
del susto en el que su corazón se revolcaba cuando le empujo la mano a este
conejo y trastabillo cayendo frente a la fogata sin fuerzas del asombro, luego
el último de los conejos se inclino a su lado y le cuestiono al oído: ¿A dónde
vas?
Asustado el mago trato de articular
palabra sin reparar en lo bizarro de aquel evento, simplemente parecía haber
aceptado que se había vuelto loco y que aquello respondía a los delirios que lo
envolvían, luego dio respuesta a los cuestionamientos desde su razón… y
tartamudeando mascullo que: era el gran mago tal por cual, que venia de aquella
gran ciudad llena de luces y colores e iba a dar la función de su vida con
teatro lleno en unos minutos, aunque de eso ya no estaba tan seguro… después al
pensarlo un poco más, tampoco de ninguna de las otras dos respuestas estaba así
de seguro teniendo a tres conejos bien nutridos, erguidos sobre sus dos patas
cuestionándolo sobre quien sabe que tantas cosas.
-No, no, no…- Susurro uno de ellos
mientras alimentaba con mas leña al fuego de cunclillas hacia la lumbre. Luego
otro tomo del brazo al mago y le ayudo a reincorporarse del suelo, esté otro
absorto con los ojos desquiciados lo siguió tembloroso hasta una puertecita que
apenas alumbraba la luz de la fogata, y entreabriéndola le dijo susurrándole al
oído que no iría a ninguna parte si no respondía a las preguntas que se le
habían hecho frente aquel fueguito. Y que hasta entonces, podría andarse por
ahí afuera en el jardín, con mucho cuidado, tratando de resolverlas antes del
amanecer.
Luego lo empujo de un solo golpe al
exterior que era en efecto un hermoso jardín parte de otro frondoso bosque.
Tartamudeando quien sabe que balbuceaba mientras yacía en el pasto tirado, y
como pudo se levanto descubriendo que aquel cuarto del que lo habían echado,
era en realidad el interior de un gran árbol que le servía de casa a los
conejos estos.
De inmediato regreso a tratar de
abrir la puerta pero estaba atascada por dentro y luego se soltó a gritar que
le dejaran entrar, que le abrieran de inmediato, pero ya no obtuvo mayor
respuesta hasta que se canso y sollozando se deslizo hasta yacer de nuevo
tirado en el pasto.
Permaneció allí un largo rato sin
reparar en nada más que su incertidumbre, se apoderaban de su mente
pensamientos sobre la pesadilla en la que seguramente estaba sumido, dos o tres
cachetadas se propino a él mismo con la intención de despertarse de tan mal sueño
pero solo el ardor del cachete le punzaba. Entonces se incorporo con la
intención de buscar algún camino que lo condujera lejos de aquel árbol-casa y
quizá, en una de esas, al lugar del que provenía.
Sin rumbo se puso a vagar entre los
árboles y nada parecía tener sentido alguno, no soplaba ningún viento ni el
calor del astro le quemaba o le hacia sudar. Pronto reparo en que la bizarrees
de aquel escenario era irreal, pues ocupaban la esfera celeste tanto la Luna
como un gran astro blanco brillante que parecía a punto de meterse por el
horizonte de su lado izquierdo, ninguna de los dos cuerpos astrales parecía
moverse, la Luna suspendida en el extremo derecho brillaba tenuemente con una
luz aperlada, mientras lo que parecía ser el Sol, no impedía con la brillantez
de su lumbre, verlo directamente y tampoco parecía quererse mover de donde
estaba, a punto de ocultarse por el horizonte, pero no más no lo hacia.
Entre ambos, a pesar de la
luminosidad de aquellos, otras estrellas lejanas atiborraban el cielo inundándolo
de pequeñas luciérnagas encendidas a cientos de miles de millones de años luz.
Al distraerse del cielo y escudriñar la fauna a su alrededor, descubrió que los
pétalos de las plantas y sus tallos estaban tapizados de una especie de tela
aterciopelada, además de que exageraban las proporciones de sus flores, las
cuales eran inmensas. Un camino de musgo se dibujaba en el suelo y se perdía en
el horizonte hacia donde no se decidía a ocultar el astro. Todo parecía estar
suspendido en el tiempo y entonces se puso a caminar en ese sentido.
Perdió de vista el firmamento por que
entre los árboles inmensos y las flores gigantes se interno siguiendo el camino
de musgo hasta que llego al final del mismo que salía a la caída de una hermosa
cascada de agua, que brillaba con azules turquesas entre perlas plateadas.
De frente a él hacia abajo, el vacío
de la caída de agua que no parecía tener fin, o al menos no lo alcanzaba a ver
desde el punto en el que se encontraba. Sin embargo, en la lejanía, un inmenso
mar se alzaba hacia el horizonte en donde permanecía inmóvil el astro en su
brillantez.
Entonces, al parpadeo, vio, como de
esta esfera astral, emanaban pequeños filamentos de luz tornasol que se
extendían en todas direcciones uniéndolo todo como una gran telaraña cósmica.
Aquellos hilos luminiscentes atravesaban toda la existencia a su alrededor y la
unían en una sola, no tardo mucho en percatarse que uno de esos hilitos de luz
multicolor le llegaba al vientre y ahí se adentraba en su piel como si lo
alimentara de algo, luego al levantarse su camisa, vio como de su ombligo
aquella luz distribuía los colores por sus venas hacia todo su cuerpo y como en
transparencias, observo su corazón tras su pecho inflamado de luz blanca
palpitando como fuego en la hoguera.
Nuevamente sus ojos no daban cabida a
lo que veían y tras ellos, menos su interpretador central receptáculo de su
razón. Sin embargo, ocurrió algo que quebró aquella instancia psíquica y con un
suspiro se lleno de goce al aceptar que todo aquello era parte de lo mismo, del
gran misterio y del gran espíritu universal.
Entre las flores, plantas y los
árboles que estaban a su espalda, salieron los tres enormes conejos, el más
adelantado le tomo del hombro y el mago volteo para encararlos. Su cara no
tenía pavor alguno sino un dejo de aceptación bien profundo. -Ya sé- Dijo…
-Somos Luz, venimos de la Luz y vamos hacia la Luz.- Y en ese instante, los
conejos acertaron con sus cabezas y el que estaba mas cerca de él lo empujo
fuertemente hacia la caída de la cascada, tan fuerte que el mago, con sonrisa y
todo, callo estrepitosamente hacia el vació mientras gritaba, ahora
desencajado.
De un momento a otro fue tomado por
el cuerpo de una inmensa paloma blanca que lo llevo en su lomo hacia la fuente
de la Luz en el horizonte, entre más se acercaban más impulso tomaban hasta que
pareció que chocarían contra el faro en llamas pero lo que ocurrió fue que en
el deslumbre, un flashazo lo dejo completamente ciego.
No sabe, ni recuerda, cuanto tiempo
paso, pero de un suspiro despertó hallándose rodeado de algunos paramédicos que
le indicaban que permaneciera tranquilo. Recuperándose más se descubrió
acostado en el sillón de su camerino. Todo a su alrededor tirado como si
hubiera pasado un torbellino; sus asistentes, con caras largas y semblantes desencajados,
lo habían hallado desmayado en el suelo y todo lo demás
echo un desastre después de que la segunda llamada, para iniciar la función,
había sentado a los asistentes en sus butacas.
Ahora
llevaban diez minutos de retraso y colorín colorado, este cuento, se ha
acabado.
Giuseppe Olav